CARMIDES O DE LA SABIDURÍA
CARMIDES O LA SABIDURÍA
http://www.filosofia.org/cla/pla/azc01209.htm
Sócrates
He aquí el mejor método, en mi opinión, para proceder al examen. Evidentemente, si posees la sabiduría, eres capaz de formar juicio sobre ella, porque residiendo en ti, si de hecho reside, es una necesidad que se haga sentir interiormente, y haciéndose sentir, no puedes menos de formarte una opinión sobre la naturaleza y caracteres de la sabiduría; ¿no lo crees así?
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Sócrates
Para que sepamos si la sabiduría reside en ti o no, dinos: ¿qué es la sabiduría en tu opinión?
Al pronto Carmides dudó, y estuvo indeciso si responder o no. Sin embargo, concluyó por decir, que la sabiduría le parecía consistir en hacer todas las cosas con moderación y medida; en andar, hablar, obrar en todo de esta manera; en una palabra, añadió, la sabiduría es, a mi juicio, una cierta medida.
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Sócrates
De donde se sigue, razonando como hasta aquí, que la sabiduría no es la mesura, ni una vida mesurada, es una vida sabia, siendo la sabiduría inseparable de la belleza. Porque no hay medio de negarlo; las acciones mesuradas nunca, o salvas bien pocas excepciones, nos parecen, en el curso de la vida, más bellas que las que se realizan con energía y rapidez.
Y aun cuando, querido mío, las acciones más bellas por la mesura que por la fuerza y la rapidez fuesen más numerosas que las otras, no por esto se tendría derecho a decir, que la sabiduría consiste más bien en obrar con mesura, que con fuerza y rapidez, ya sea andando, ya leyendo, ya haciendo cualquiera otra cosa; ni que una vida mesurada es más sabia que una vida sin mesura, porque al cabo hemos reconocido, que la sabiduría se refiere a la belleza, y hemos reconocido también que la rapidez no es menos bella que la mesura.
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Carmides
Lo que dices, Sócrates, me parece de hecho justo.
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Sócrates
Por consiguiente, si la sabiduría es sólo ciencia de la ciencia y de la ignorancia, es claro como el día que no nos pondrá en posición de distinguir el médico que posee su arte, del que no le posee y le impone a los demás y a sí mismo; ni tampoco nos hará buenos jueces en las otras artes, excepto en aquella que practiquemos nosotros mismos; pero todos los artistas pueden hacer otro tanto.
Critias
Es cierto.
Sócrates
Pues bien, querido Critias, reducida la sabiduría a estos términos, ¿cuál puede ser su utilidad? ¡Ah! si como supusimos al principio, el sabio supiese lo que sabe y lo que no sabe; si supiese que sabe ciertas cosas y no sabe otras ciertas cosas; si pudiese además juzgar a los demás hombres en esta misma relación, entonces, yo lo declaro, nos sería infinitamente útil el ser sabios.
En efecto, pasaríamos la vida exentos de faltas los que tuviésemos la sabiduría, y lo mismo sucedería a los que obrasen bajo nuestra dirección. Porque respecto de nosotros, no intentaríamos hacer lo que no supiésemos, sino que dirigiéndonos a los que lo supiesen, a ellos se lo encomendaríamos; y con respecto a los que estuviesen bajo nuestra dirección, no les permitiríamos hacer sino lo que pudiesen hacer bien, es decir, aquello de que tuviesen la ciencia.
Una casa administrada de esta manera por la sabiduría estaría necesariamente bien administrada, y lo mismo un Estado sería bien gobernado, e igual sucedería en todas partes donde reinase la sabiduría. Porque unas gentes que no cometerían faltas, que ajustarían todas sus acciones a las reglas de la razón, necesariamente serían dichosos. ¿No es esto, mi querido Critias, lo que experimentaríamos con motivo de la sabiduría, y lo que mostraríamos para hacer ver cuan ventajoso es saber lo que se sabe y lo que no se sabe?
Critias
Es evidente.
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Sócrates
Escucha, pues, mi sueño, y juzga si ha salido por la puerta de marfil o por la de cuerno{12}. Quiero que la sabiduría, tal como antes la definimos, ejerza sobre nosotros un imperio absoluto; pues bien, ¿qué ventajas nos promete con todo su cortejo de ciencias? Únicamente la siguiente: si un hombre se da por piloto y no lo es, es claro que no nos sorprenderá, lo mismo que no podrán abusar de nosotros ni un médico, ni un general, ni ninguna persona que pretenda saber lo que no sabe.
¿Qué ventaja sacaremos de esto, sino una mejor salud para el cuerpo; librarse de los peligros de la guerra y de la mar; en fin, tener nuestros muebles, nuestros vestidos, nuestros calzados más artísticamente hechos, porque sólo nos valdremos de los verdaderos artistas? Avancemos, si quieres, hasta conceder que la adivinación es la ciencia del porvenir; y que la sabiduría, saliendo al frente, nos pone en guardia contra los charlatanes, y nos descubre los verdaderos adivinos, que son los que saben lo que realmente ha de suceder; pues bien, yo concibo perfectamente que la especie humana en estas condiciones obrará y vivirá conforme a la ciencia; la sabiduría, en efecto, guardián vigilante, no permitirá a la ignorancia deslizarse en nuestros trabajos; mas ¿por vivir conforme a la ciencia, viviremos mejor y seremos dichosos? he aquí lo que yo aún no puedo comprender, mi querido Critias.
Sócrates
Ves, pues, mi querido Critias, la razón que tenía para temer, y cuan justamente me acusaba de ser incapaz de examinar con fruto la sabiduría. Porque la mejor cosa, a juicio de todos, no nos parecería desprovista de utilidad, si yo tuviese, con gran provecho mío, el arte de examinar las cosas. En este momento henos aquí batidos por todas partes, y en la impotencia de descubrir a qué objeto ha aplicado la palabra «sabiduría» su inventor. Y sin embargo, ¡cuántas suposiciones hemos hecho que la razón desaprueba!
Hemos supuesto que existe una ciencia de la ciencia, a pesar de que la razón no permite ni autoriza semejante concepción; después hemos supuesto que esta ciencia conoce los objetos de las otras ciencias, cuando tampoco lo permite la razón; y queríamos que el sabio pudiese saber que él sabe lo que sabe y lo que no sabe. Y en verdad hemos obrado liberalmente haciendo esta última concesión, puesto que hemos considerado ser posible saber de cierta manera lo que absolutamente no se sabe.
Porque admitimos que él sabe y que él no sabe, que es lo más irracional que puede imaginarse. Pues bien, no obstante esta complacencia y esta facilidad, nuestra indagación no ha conseguido encontrar la verdad, y cualquiera que haya sido la definición que de la sabiduría hayamos inventado de común acuerdo, ella nos ha hecho ver con desenfado estar desprovista de utilidad.
Con respecto a mí, me importa poco; pero tú, mi querido Carmides, yo sufro al pensar que con tu figura y con un alma muy sabia no tengas nada que esperar de la sabiduría, ni puedas sacar de ella ninguna utilidad en el curso de la vida, aun poseyéndola.
Pero sobre todo, siento haber recogido las palabras mágicas del tracio y haber aprendido con tanto afán una cosa que ningún valor tiene. Pero no, no puedo creer que sea así, y es más justo pensar que yo no sé buscar la verdad. La sabiduría es sin duda un gran bien; y si tú la posees, eres un mortal dichoso.
Pero examina atentamente si la posees en efecto y si no tienes necesidad de palabras mágicas; porque si la posees verdaderamente, entonces sigue mi consejo, y no veas en mí más que un visionario incapaz de indagar ni encontrar nada por el razonamiento, y tú tente por tanto más dichoso cuánto más sabio seas.
Carmides
¡Por Júpiter! Sócrates, no sé si poseo o no poseo la sabiduría; ni cómo puedo saberlo, cuando tú mismo no puedes determinar su naturaleza, por lo menos según tu confesión; si bien en este punto no te creo, y antes bien pienso tener gran necesidad de tus palabras mágicas; y quiero someterme a su virtud sin interrupción hasta que me digas que es bastante.
{Obras completas de Platón, por Patricio de Azcárate,
tomo primero, Madrid 1871, páginas 209-253.}
Facsímil del original impreso de esta edición del primer Alcibiades
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Amor a la sabiduría
Emilio Bustamante Lira
En el ámbito del arte se ha aceptado desde hace mucho tiempo algo fundamental dentro de su disciplina: nos dice Gombrich en su popular libro The Story of Art “there really is no such thing as Art. There are only artists.”.
Si tuviéramos que hacer una delimitación de la filosofía, en lo que concierne a los filósofos, que se enteren que no hay definición exacta, ni tan sólo por semejanza, que podamos dar a la filosofía. Digamos, etimológicamente, que la palabra filosofía viene del griego φιλοσοφία, donde los griegos distinguían entre sabiduría σοφία y conocimiento επιστήμη . Evidentemente, el filósofo no es sabio porque no tiene la sabiduría, sólo la ama y, como buen amante, la busca sin dimitir.
Poco provechoso puede resultar deducir de ahí lo que significa hacer filosofía (o estudiarla): no por humildad sino por desesperación, es que rechazamos hoy una definición universal de la filosofía. Si echamos una ojeada en su historia, pronto se descubre que tanto su origen, como su significado, se encuentran intrincadas con lo que podría llamarse un comienzo “oscuro” o hasta “errático” quizás. Oscuro por la falta de precisión de sus fundadores (si es que hubieron, estrictamente hablando); errático por la comprensión que cada quien decidió entender por su nombre.
El filósofo español José Ferrater Mora, hace una conveniente lista sobre las posibles significaciones de la disciplina; desde la significación de ella como una teoría, hasta la unidad de teoría y práctica. Ferrater expone lo que Descartes, Bacon, Locke, Wolff, Kant, Hegel, Schopenhauer, Herbart, el positivismo, el espiritismo positivo, según Rehmke, Vainhinger, según Husserl, Windelband, Martial Guérolt, los filósofos analíticos o hasta Samuel Alexander, concebían por lo que hace o estudia la filosofía. Sólo se aclara que son muchísimas las diferencias entre cada autor; además, queda descartado el reduccionismo de adoptar la filosofía de algún teórico y declarar a todas las restantes como “filosofías falsas” como si se dijera “paganas”.
Lo que signifique amar la sabiduría, tiene que admitir que se ama de manera inexacta, puesto que su actividad no es canónica o unívoca, y el objeto de amor es en absoluto claro o distinto. Tal vez se tenga que aceptar o lo irresoluble de su condición, o bien, lo ciego de su caminar.
II
“Romeo y Julieta: una historia como ninguna otra. Y si se verificara que la historia de Romeo y Julieta es en efecto, como lo sugiere la publicidad, una historia de amor como ninguna otra, tendría que concluirse por fuerza que no ha habido nunca amor en el mundo” Clément Rosset[1] En el ámbito del amor, se habla de éste, pero al menos en lo que concierne a algún conocimiento científico del mismo, se reduce a casos particulares biológico-químicos.
Es por eso que hablaremos dentro del framework, de los filósofos. El amor platónico (es decir, el que se expone en la obra de Platón, especialmente en Fedón o Banquete) dilucida que, efectivamente, el amor pasional resulta nombrado ilegalmente como amor: es demasiado pasional, demasiado humano.
La idea del amor, tal como la pensó Platón, sólo la pudo ser dilucidada por Platón y no por elitismo anímico, sino por lo difícil que es pensar el amor como algo no-humano, es decir, sin deseo ni narcisismo. Y este amor humano es el que experimenta toda mujer y todo hombre desde la tierna edad.
Pero si se piensa detenidamente, se elucida que este amor funciona como una especie de imagen, pues no existe experiencia doctrinal alguna que regule nuestros mecanismos de amar. Podemos sentir el primer sentimiento moral muy jóvenes, que será regulado por las condiciones sociales-culturales hasta que se pueda examinar en la disciplina ética. No así con el primer sentimiento de amor, que, si bien, sí será regulada por condiciones, han pasado ocasos milenarios sin que se presente, de una vez por todas, una disciplina donde se pueda comprobar la inefabilidad de su reposo.
Quizá pasa esto porque funcionamos con la imagen del amor que hemos legado de nuestra infancia o de nuestras experiencias, pero sobre el origen interno del amor, nadie sabe aún su procedencia. Amor romántico, amor parental, y demás panfletos o publicidad sobre las maneras de amar. Sólo en lo real se encuentra la encrucijada. Si bien, no existe una disciplina autónoma que se proponga a estudiar al amor, se puede hacer una analogía interesante cuando se trata de pensar el significado de amar la sabiduría. ¿Es digno de ser amado lo desconocido?
Digo lo desconocido porque, como bien sabemos, esta tierra no la ha pisado hombre alguno que agote la ontología del amor o el amor de la ontología del universo entero. La filosofía y el amor conceden dos características a la par: tanto lo oscuro de su origen, como lo erróneo de su propia comprensión.
III
Cosa más demente como amar a la sabiduría, es decir, amar quién sabe cómo, algo que nadie sabe qué es, es lo que aproximadamente se entiende en su nombre y su historia.
Notas
● [1] Rosset, Clément, El objeto singular, Sexto Piso, España, 2007.
http://www.ucsj.edu.mx/agnosia/index.php/component/k2/item/355-what-s-new-on-the-product
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